Friday, April 23, 2010

De los ojos de dos viajeras del siglo XIX

El siglo XIX fue uno de viaje y exploración, especialmente por las Américas. Aunque normalmente se piensa en los hombres exploradores, las mujeres también viajaban y tenían un papel tan importante. La mejor manera de descubrir y aprender sobre estas exploraciones es leer los textos escritos por estos viajeros, porque el/la autor(a) viajero/a utiliza la memoria de su viaje para convertirse en el/la “protagonista de su propia historia”, una historia leída por el lector “ávido de aventuras y noticias… como una forma de escapar de la monotonía de su realidad cotidiana o simplemente para conocer algo del mundo que se les presenta distante e inaprehensible” (Szurmuk 9). Dos mujeres, Eduarda Mansilla y María Nugent, viajaron por Washington DC y Jamaica, respectivamente, durante el siglo XIX y documentaron sus experiencias. Aunque sus viajes están separados por muchas millas en distancia y casi sesenta años en tiempo, todavía se pueden ver temas comunes entre los dos textos, porque como propone Szurmuk, “hay en todos los viajeros un común denominador: la mirada curiosa y desconcertada que intenta comprender desde los paradigmas de su propia cultura y traducir a su lenguaje todo aquello que ve” (9). Entre estos son la religión, las costumbres culturales extranjeras, y la situación femenina, se presentan cada uno de estos temas claramente, y se exponen las diferencias y semejanzas entre los dos textos viajeros.

El tema de la religión aparece en los dos textos, pero de modos distintos. María Nugent es una mujer muy devota y ella trata de diseminar la religión, específicamente entre los esclavos de Jamaica. De hecho, ella casi considera la diseminación como su trabajo; un día comenta que cuando su esposo sale por la mañana para trabajar, ella decide no salir “porque los sirvientes estuvieron bailando toda la noche y estoy segura de que esta mañana querrán poco más descanso que lo usual” (64). Es su meta enseñarles el cristianismo y convertirlos. Diariamente les da “charlas” de la historia cristiana y eventualmente pide al reverendo bautizarlos (25). Escribe en el Viernes Santo que durante su charla explica a los negros el significado del día (50). Lo interesante es que aunque Nugent es muy piadosa y dedica gran parte de su tiempo a la evangelización, se ciñe con los negros. Ella comenta la falta de religión entre los blancos, pero no se atreve diseminarla entre ellos. En una ocasión dice que después de cenar con un grupo, la conversación cambia al tema de religión. En su opinión, los hombres tienen ideas desagradables sobre lo religioso. “Ninguno profesaba tener el menor sentimiento religioso, y algunos decían que todo era una farsa. Cobré coraje y expresé mi desaprobación. Esto provocó algunas torpes disculpas, y así terminó la conversación” (40). Aunque normalmente ella protestaría más de este sentimiento negativo y apático con una audiencia de esclavos, parece que ella no tiene o coraje o preocupación de profesar sus opiniones con una audiencia blanca. Lo primero es más probable, porque más adelante a propósito de esto Nugent expresa sentimientos fuertes de lamento: “es en realidad triste ver el descuido de la religión y la moral en toda la isla. Todos parecen sólo dedicados a hacer dinero, y a nadie parece importante la forma en que se hace. Es extraordinario ver los efectos inmediatos del clima y del modo de vida de este país sobre las mentes y costumbres de los europeos, especialmente de los de nivel inferior. En las capas superiores se hacen indolentes y apáticos, atentos sólo a comer, a beber y a dar rienda suelta a sus caprichos, y están casi por completo bajo el dominio de sus mulatas favoritas. En las capas bajas son iguales, aunque a todo esto se suman la presumación y la tiranía” (54).

Eduarda Mansilla, en contraste, es una observadora de la religión más que una participante. De hecho, solamente lo comenta en dos instantes. Declara que “la influencia del clero católico es poderosa [en los Estados Unidos]; existiendo entre católicos y protestantes cierta rivalidad muy marcada, que se manifiesta en la prensa” (104). Otra vez destaca la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo, las dos sectores religiosas principales durante la época, cuando compara la razón por los americanos bailar pocos valses o polkas: “con frecuencia les oye Ud. decir a las católicas: El arzobispo me lo ha prohibido; y a las protestantes: Mamá no lo permite” (108).

Un tema muy evidente del texto de Mansilla es las costumbres de la cultura en que ella se encuentra. Algunos aspectos le dan asco, mientras que otros ella admira mucho; así, hay una contradicción interna en su ideología. Por ejemplo, el comportamiento que la gente demuestra en público le causa horror. Mansilla cita a Mrs. Trollope, quien después de viajar por los EEUU escribió que “Los yankees son groseros y se sientan con los pies más altos que la cabeza” (99). Sigue que “en los teatros, así que alguien se permitía estar ligeramente inclinado, no faltaba un chusco que gritaba: ¡Trollope! ¡Trollope! Y al punto, el aludido tenía buen cuidado de poner su cuerpo lo más vertical posible. Verdad es que en los reading rooms (gabinetes de lectura), en los bar rooms, los yankees gustan mucho de esa actitud, que consiste en extender las piernas y levantarlas casi a la altura de la cabeza” (99). Luego, parece que Mansilla está acostumbrándose a los costumbres de la cultura. Recuerda que “en mis viajes, me han repetido sin cesar esta expresión: Fume Ud., señora; ya sabemos que es costumbre en su país. Al principio, este dicho me irritaba, lo confieso; pero luego llegó a causarme risa. ¡Oh poder de la costumbre!” (100). A algunas costumbres, como la vestimenta de la gente en ocasiones especiales, Mansilla los admira. Observa que “las ladies estaban todas, sin excepción, vestidas de baile, salvo que los corpiños eran subidos; pero no les faltaban ni encajes, ni joyas, ni mucho menos flores artificiales en la cabeza. Eso sí, los gentlemen vestían sacos o jaquets de mañana, sin pretensión alguna y sin asomo de elegancia” (106). Confiesa que se siente vergüenza al compararse a las mujeres elegantes, cuando ella misma se viste “tan modestamente ataviada con mi vestido de tela cruda que …quedaba completamente eclipsado por el de mi rubia vecina” (106). Sin embargo, se enoja de nuevo cuando sus niños le dicen que por todo el día, aparte de ella, no han comido. La sirvienta le explica que “‘había como cien niños y sólo nos servía un negro cojo’”, y su niño responde que también había moscas (107). Mansilla lo declara “atroz”, y poco después sale con su familia en el primer tren para Nueva York.

Mientras que Mansilla comenta del ámbito amplio de los costumbres de la cultura, Nugent enfoca más específicamente en sus relaciones con los negros. En general, Nugent lamenta el tratamiento negativo de los esclavos por la gente blanca. Explica al principio del segundo capítulo que hay una ley que permite que tres magistrados puedan condenar a muerte a un esclavo, y describe un ejemplo reciente en que “dos esclavos, uno, un viejo delincuente, y el otro, un muchacho de dieciséis años, le robaron a un hombre el reloj, etcétera… esta ley de los tres magistrados me parece abominable, pero soy muy poco versada en estos asuntos para hacer algo más que sentir con los que sufren” (30). También revela que ha tratado de persuadir a los “domésticos blancos” que los negros son personas con almas, pero ha sido muy difícil y los miran a los negros simplemente como “criaturas creadas para que ellos las administren a su antojo y sometan a sus caprichos” (54). Durante un baile, Nugent abre con un negro viejo, y que “no me di cuenta de hasta qué punto escandalizaba con esto a las señoritas Murphy…me dijeron después que…apenas pudieron controlar las lágrimas ante un espectáculo tan extraordinario y poco usual, porque en este país, y entre los esclavos, es necesario mantener un respeto mucho más distante…ya que darle demasiada categoría a los negros o ponerlos al mismo nivel que los blancos puede ser causa de serios cambios en su conducta e incluso provocar una rebelión en la isla” (59). En esta situación se puede ver que aunque en realidad Nugent cree que los negros merecen ser tratados iguales, a veces ella casi acepta a los razonamientos y escusas que la gente blanca le da para el tratamiento inferior de los esclavos. También tiene dificultades ser realista respeto al tratamiento de los esclavos. Dice que “según lo que he podido ver y oír por el momento sobre los maltratos de esclavos, considero que exageran grandemente. No dudo que hay individuos que abusen ocasionalmente del poder que poseen pero, en términos generales, creo que a los esclavos se les trata extremadamente bien” (47). Implica que los negros son incivilizados, y que si fueron educados en la religión, la decencia, y las normas fundamentales de civilización, no sería necesaria la trata. Continúa a confesar que ella responsabiliza a los amos de ser ejemplos mejores para sus esclavos, y “sólo cuando se produzca una gran reforma de su parte, podrá pedírsele a los negros religión, decencia y moral” (47). Así es evidente que ella tiene opiniones mezcladas de las habilidades independientes de los esclavos, y para ella es difícil ser realista de la situación e interacciones entre los blancos y los negros.

Otro tema que está presente en los dos textos es no el feminismo en sí, sino la condición femenina y “las actitudes cambiantes de la sociedad…con respeto al rol de la mujer” (Szurmuk 12). Mansilla hace una observación muy interesante en que aunque “la mujer americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, parece poseer gran dosis de self reliance” (99), y que “la mujer, en la Unión Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella” (100), las mujeres americanas todavía no buscan la emancipación política. Ella sugiere que hay que estudiar la influencia femenina no en la emancipación sino en esta soberanía. Ella tiene respeto por las mujeres por reconocer que no ganarían nada con la emancipación: “¿Qué ganarían las americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben” (100). También ella admira que las mujeres americanas influyen al mundo público “por medios que llamaré psicológicos e indirectos” (101). Ellas tienen un papel significativo en el periodismo; “son las encargadas de los artículos de los domingos, de esa literatura sencilla y sana que debe servir de alimento intelectual a los habitantes de la Unión en el día consagrado a la meditación…Reporters femeninos son los que describen con amore el color de los trajes de las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y a fe que lo hacen concienzuda y científicamente” (101). Es incuestionable que a ella le fascina la influencia y aptitud que poseen las americanas en el periodismo y en la esfera pública en general.

En contraste, Nugent no se declara una feminista, pero es una mujer que tiene mucha fuerza de voluntad y a ella no le importa mucho lo que piensan las otras mujeres. Ella enfoca más en simplemente disfrutarse y adquirir la experiencia. Un día viaja a Port Henderson con un grupo enorme, y cuando llega a un manantial “no pude resistirme a abandonar el coche para explorarlo, aunque la arena me quemaba los pies y el sol me escaldaba las mejillas y la nariz” (63). Indica que este acto no se considera apropiado para una mujer, y que la señora Horsford “fue sin dudas más prudente y no abandonó el coche” (63). Otra vez ella narra una situación en que está charlando con un grupo de mujeres blancas y las deja para ofrecer audiencia a otro grupo de mujeres negras. Después, confiesa que “no sé si a las damas blancas, a quienes dejé en la sala…aprobaron realmente mi conducta” (64). Aunque admite que su comportamiento no se considera ni normal ni correcto, todavía se comporta así y no lo permite afectarse.

Eduarda Mansilla y Maria Nugent eran dos mujeres distintas con algunas opiniones fuertes y otras no tantas. Sin embargo, documentan sus viajes a las Américas vívidamente y totalmente. Abarcan varios temas, y comparten los temas comunes de la religión, las costumbres culturales, y la situación femenina durante la época. Nos ofrecen una visión valiosa de sus viajes y sus mundos; los territorios en que viajaron ya han cambiado completamente, y es solamente por sus textos que podemos descubrir también los lugares que existían durante el siglo XIX.


Bibliografía
Mansilla, Eduarda. “Eduarda Mansilla: El viaje diplomático de una sobrina de Rosas.” Mujeres en Viaje. Buenos Aires, Argentina: Alfaguara, 2000. 83-109.

Nugent, María. “Capítulos 1, 2, 3, y 4.” Viajeras al Caribe. Ciudad de la Habana, Cuba: Casa de la Américas, 1983. 13-77.

Szurmuk, Monica. “Prólogo.” Mujeres en Viaje. Buenos Aires, Argentina: Alfaguara, 2000. 9-12.

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