Tuesday, April 27, 2010

El Paracaidismo

El sábado que viene voy a sorprender a mi novio para su cumpleaños. Él va a cumplir 23 años el domingo, pero tiene que ir a Toledo para su trabajo ese día, y entonces tenemos que ir el sábado. Vamos a Capital City Skydiving en Fowlerville, MI. Él sabe que va a recibir una sorpresa, pero no tiene ninguna idea de qué es. Voy a darle unas pistas durante el paseo, porque está localizado una hora y media lejos. Vamos en tándem, y tendremos que tomar una clase cortita antes del vuelo. Mis padres, mi hermana mayor, y su madre van a ir también para mirarnos, y su padre me ha dado dinero para comprar el video de su vuelo, como regalo. Estoy muy emocionante pero también nerviosa. Bob me dijo hace mucho tiempo que quería lanzarse en paracaídas, y todo lo que puedo decir es...¡ojalá que todavía quiera hacerlo!



Monday, April 26, 2010

Dos viajes patagonianos

La Patagonia es un lugar inmenso, hermoso, y místico, lo que inspira a muchos artistas e escritores. Dos autores, Cristina Siscar y Luis Sepúlveda, tienen libros enteros basados en el territorio. Aunque los dos textos tienen esta característica en común, hay poco más que comparten. En La Siberia y Patagonia Express se diferencian los viajeros que pueden relacionarse con la historia, la presencia (o falta de presencia) de las mujeres a través de la historia, y la estructura de la trama.

Un aspecto diferente entre La Siberia y Patagonia Express es el tipo de viajeros que pueden relacionarse con la historia. Un tipo apropiado es el antropológico. Aunque todo el cuento está localizado en la Patagonia, los personajes pertenecen a varios países diferentes, la mayoría de Europa. Hay tanta descripción y enfoque en los personajes distintos que el lector no puede evitar compararlos. La autora se esfuerza mucho en destacar cada personaje y describirlo detalladamente. Se puede ver en la imaginación la mujer observante, Ojos Grandes; Erna se presenta como una mujer ridícula con sus anteojos, gorra con visera, y su cara casi cubierta por el pañuelo; el hombre de ojos celestes se caracteriza como un ángel de voz suave y callada. El antropológico puede preocuparse tanto con el análisis de la multitud de individuos a bordo del micro. Otro tipo de viajero que también puede relacionarse con La Siberia es el viajero mundial o internacional. Como un antropológico, el viajero internacional podría reconocerse en cada personaje y su propio origen. Lo más fácil de reconocer sería los argentinos nativos de la Patagonia, los que hablaban con el guía “como si fueran viejos conocidos” y “no regresaban de una expedición a la montaña sino de una visita al Paraíso” (Siscar 18). También se caracteriza Peter, un alemán, como una persona empírica y sensata, con su navegador satelital de que recita las cifras del micro. Hay otros personajes también, como la pareja de doctores irlandeses y las cuatro mujeres jóvenes francesas, que se presentan a lo largo de la historia para el reconocimiento del viajero internacional. En términos generales, un viajero turístico puede relacionarse con La Siberia, y el viaje de ida y vuelta. El viajero turístico no tiene una conexión personal con su destinario; solamente lo visita, lo aprecia, y después lo deja para regresar a su propia vida. En La Siberia, la trama se basa en esta idea de regresar a la vida y al hogar, o de hecho, la inhabilidad de los viajeros por regresar a sus propias vidas.

El viajero de Patagonia Express no es un turista. Él tiene que viajar por razones políticas. Después de estar prisionero, llega a vivir el exilio en su propio país, y así tiene que salirlo. Los viajeros exiliados o políticos pueden relacionarse lo con la historia. Aunque los viajeros de La Siberia eligen viajar, el narrador de Patagonia Express no elige viajar; no tiene otra opción. Así, su viaje no es uno de alegría y anticipación. Aunque finalmente está libre, y “se acabó el viaje a ninguna parte” (Sepúlveda 36), es un viaje agridulce. El narrador ve a la Patagonia como su origen, el “mundo de la infancia” (Casini), adonde quiere regresar algún día (como sí hace después) Como propone Michel Butor, después de un viaje “el hogar y país difuntos pronto volverán a ser tan seductivos como el país de los sueños que finalmente ha visitado” (Butor 76).
Otro aspecto diferente entre las dos historias es la presencia de mujeres. En La Siberia, escrita por una mujer, hay muchas protagonistas femeninas, como Erna y Ojos Grandes. Tiene un papel igual al de los hombres de la historia, como el guía y Peter. En contraste, en Patagonia Express todos los personajes principales son masculinos: el narrador, su abuelo, Gálvez, Chatwin, Margarito. Aún más, casi todos los intertextos y referencias literarias que aparecen en el libro son de otros autores varones. Aunque La Siberia parece un libro neutro, un libro para una audiencia ambigua, Patagonia Express es un libro masculino, un libro escrito por un hombre, sobre un hombre, para los hombres.

El itinerario de las dos historias no es tampoco similar. En La Siberia, hay un itinerario muy fijo y lineal. Empiezan los personajes en la estación del micro, viajan, se quedan en la casa cuando se averió el micro, continuaron, y finalmente se separaron para regresar a sus propias vidas. El lector puede seguir la trama desde punto A hasta punto B, geográficamente y cronológicamente.
El itinerario de Patagonia Express es lo opuesto. “Todo es fragmentario … en una serie de idas, venidas, regresos y llegadas” (Casini). La trama empieza en media res, cuando el narrador ya está en su infancia. Después, aparece la época de ‘ninguna parte’, cuando está encarcelado y cuando viaja por varios países latinoamericanos. Luego, es un exiliado en Hamburgo cuando decide finalmente regresar a su Patagonia. La estructura de Patagonia Express es tan aleatoria que se puede considerar “una invitación al viaje por partida doble”. En un sentido, es la memoria del narrador de su propia historia; por otro lado, es un viaje literario, con muchas referencias literarias e intertextos (Casini). Estas dos categorizaciones contribuyen al regreso final del narrador a la Patagonia, el lugar que se transformado de ‘ninguna parte’ a su identidad y hogar real.

Aunque ambas historias, La Siberia y Patagonia Express, ocurren en la Patagonia, hay pocas semejanzas entre las dos. Un viajero turístico o antropológico puede relacionarse con La Siberia, mientras un viajero exiliado o político puede relacionarse con Patagonia Express. Las mujeres tienen un papel importante en La Siberia, pero casi no aparecen en Patagonia Express. La trama de La Siberia es lineal y fija; Patagonia Express es inconcreta y presenta varios planos e épocas. Estas diferencias ilustran la habilidad que un lugar posee en ser una inspiración muy diversa para autores diferentes.

Bibliografía
Butor, Michel. “Travel and Writing.” Defining Travel: Diverse Visions. Susan L. Robertson (ed.). Jackson: University Press of Mississippi, 2001: 69-85.

Casini, Silvia. “Luis Sepúlveda: Un viaje express al corazón de la Patagonia.” Alpha No. 2 (103-120) 2004: 1-15.

Sepúlveda, Luis. Patagonia Express. Barcelona: Tusquets Editores, 1995.

Siscar, Cristina. La Siberia. Buenos Aires: Mondadori, 2003.

Sunday, April 25, 2010

Cuatro estudiantes, tres días, dos costas, un Karain

“Buena suerte,” gritó el viejo mientras conducía su bota en regreso a Montego Bay.
“Estoy segura de que vamos a necesitarla,” murmuró Charlotte, con una mirada vacilante al jamaicano ya sólo un punto en la distancia.
Los cuatro se quedaron en el puerto de la costa del Caribe varios momentos, todos con esa misma expresión de incertidumbre. Georgia fue la primera que se volvió y midió a la Naba.
“Pues...vamos,” dijo, y caminó del puerto a la calle. Lentamente, los otros la siguieron.
Sacando el mapa y una brújula de su mochila, Hudson señaló por la ciudad. “La Naba está directamente al oeste, adonde queremos ir.”
Aunque ya habían viajado unas horas, solamente eran las diez de la mañana porque se habían levantado tan temprano. Continuaron por la ciudad de Naba, la que era realmente nada más que un pueblo de embarcadero. Pararon en un café para desayunar y hacer un plan. Fue una escena rara para la gente nativa; como el país de Karain era una isla del Caribe un poco al oeste de Jamaica, la mayoría de la gente era anglohablante y de color negro oscuro. Así que las únicas partes del país que eran centros turísticos estaban en la costa del oeste, casi todo el país era pobre y rural. Los cuatro estudiantes, apiñándose con el mapa, todos de piel más o menos clara, acentos estadounidenses, con sus mochilas llenas y su ropa comprada en Chicago, estaban dando la nota.
Charlotte, tal vez, se destacaba más que los otros; con su pelo rubio recién rizado y el maquillaje aplicado perfectamente, ni sus botas nuevas revelaban que estaba viajando en tierra agreste. Cuando sus amigos principalmente sugirieron la idea de un viaje de senderismo, como una última aventura antes de empezar en la escuela médica en la Universidad de Chicago el próximo otoño, ella les dijo que no quería ir. Sin embargo, Hudson, su amigo querido desde la niñez, la convenció. Charlotte y Hudson eran de Chicago, pero de vecindarios diferentes. Charlotte, hija de dos doctores, era del norte de la ciudad. Estaba acostumbrada a la vida lujosa, y otros la llamaba remilgada e inquieta no infrecuentemente. De hecho, se sospechaba que ella fuera aceptada a la escuela médica no por sí misma sino por la influencia de sus padres. Hudson, al suroeste de la ciudad, asistió a la misma escuela secundaria privada a lo que Charlotte asistió, pero con beca completa. No era de padres afluentes, y cada verano trabajaba como auto-mecánico para pagar sus gastos durante el año escolar. Realmente era muy inteligente, y a pesar de sus orígenes (o quizás por ellos) tenía un buen carácter y una personalidad muy despreocupada.
“Parece que podemos llegar a esa montaña, la......Montaña Olorosa,” señaló Hudson, viendo su mapa y la montaña otra vez. La Olorosa estaba lejos en la distancia, pero todo lo que los separó era desierto plano.
“La Montaña Olorosa, un nombre curioso para una montaña,” comentó Carson, viéndola con una mano en las cejas para resguardar sus ojos del sol brillante en el cielo totalmente despejado.
“Creo que sí,” concordó Georgia, “y quiero subirla para sacar unas fotos del paisaje,” añadió, levantando su cámara. De una familia grande que tenía un rancho de granadero en Texas, ella siempre estaba lista para prendarse en todo.
“Entonces vamos, si queremos subirla hoy todavía,” concluyó Hudson, y los cuatro se dirigieron por las afueras de Naba y el desierto Meseta de Col adelante.


Había poco más de dos meses antes de que empezaran en la escuela médica. Todos habían asistido a la Universidad de Chicago para los años de universitario. Aunque Charlotte y Hudson ya eran amigos, Hudson y Carson se conocieron el primer año, cuando eran compañeros de dormitorio. Más adelante, conocieron a Georgia en la clase de biología. Así, pasaron casi toda la experiencia universitaria juntos.
Para Georgia, la transición de la vida en Santa Rita a la vida en Chicago fue lo más difícil. En el rancho, ella trabajaba diariamente con sus padres y los cuatros hermanos; ella fue la primera persona en su familia en asistir a la universidad. Había visitado San Antonio una vez con sus amigos, pero Chicago era una ciudad totalmente diferente: grande, rápida, fría. Pero ella sabía que la oportunidad de asistir a una escuela tan prestigiosa como la de Chicago era demasiado para dejar escaparla. Y así vino a la ciudad cada otoño para sus estudios, y regresó cada primavera para ayudar a su familia en el rancho durante el verano. Pero este otoño, vendría a Chicago sin planes de regresar a Texas por mucho tiempo, porque la escuela médica duraba por todo el año. Y sería más trabajo del que había hecho cualquier tiempo antes. Todos sabían que sería difícil, que tendrían que madurar, que tomar la vida con seriedad. Así, decidieron tomar este último viaje para disfrutar de veras una vez más, libremente, antes de empezar.
“Wow. ¿Es impresionante, no?” observó Georgia, midiendo la vista de la cima de la Montaña Olorosa. Podían ver por millas en cualquier dirección; por el este todavía se veía el Mar Caribe; por el norte había más montañas, más grandes que las que habían subido; por el oeste, casi se podía ver el Río Karain, adelante del desierto; por el sur, había nada menos que el desierto, lo que parecía continuar sin límite.
“¿Adónde vamos a quedarnos esta noche?” preguntó Charlotte en un tono escéptico. “No me parece que haya ni un hotel ni una casa cerca.”
“Tienes razón, no lo hay. Como ya te dije, esta noche tendremos que acostarnos en la carpa, al pie de la montaña. Hay un sitio allá,” Hudson hizo un gesto a un lugar entre unos rocas grandes, en donde la carpa cabría.
“Bueno, yo voy a armar la carpa antes de que anochezca,” dijo Carson, y empezó a bajar.
“Vendré contigo, ya que yo tengo la carpa,” contestó Hudson, y ambos salieron.
“Pues, puedo ver que esto va a ser más duro de lo que esperaba,” comentó Charlotte con un dejo de desilusión en su voz.
“Sí, pero piensa en la alternativa. Esto es mejor que quedarse en la clase todo el día, ¿no?” respondió Georgia positivamente.
“Me imagino que sí,” dijo Charlotte, sacando su camera. “Por lo menos es hermoso.”
Las dos pasaron la próxima media hora sacando fotos y admirando el desierto y el ambiente que eran tan diferentes a los rascacielos y escenas sin fin de la ciudad de Chicago.
“Bueno, ¿supones que han armado la carpa?”
“Supongo que sí. Debemos bajar. Estoy cansada,” bostezó Charlotte.
Las chicas empezaron a bajar, pero no cubrieron mucho terreno antes de oír gritos.
“¡¿Qué fue eso!?” chilló Charlotte.
“No tengo ninguna idea,” contestó Georgia, corriendo más rápidamente hacia los sonidos.
Mientras que continuaron y doblaron alrededor de una roca, se pararon en frente de una escena alarmante. Carson estaba tendido en la tierra, cubriendo un brazo mientras Hudson ponía su boca en el brazo.
“¿Qué pasa? Oímos sus gritos...Hudson, qué diablos estás haciendo?” exigió Charlotte.
“Fue una...serpiente...cascabel,” contestó Carson sin aliento, de la tierra. “Me mordió. No la vi...hasta que...estaba casi encima de ella.”
“¿Ay, Dios mío, estás bien? ¿Entonces, Hudson está tratando de chupar el veneno?” finalmente se dio cuenta Georgia.
“Sí,” confirmó Hudson, y se sentó y limpió su frente. “Y, tú sabes, pienso que tuve éxito. No había mucho en la mordedura. Lo tiré de él tan pronto como lo mordió. No pienso que vaya a hacer más ahora,” añadió, y señaló algo a unos metros de distancia en el suelo. Las chicas siguieron su mirada y vieron a la serpiente en varios pedazos, tanto como la navaja de Hudson, todavía cubierta en sangre.
Georgia buscó su botiquín, y vertió peróxido en la herida. Carson hizo un gesto de dolor, pero no dijo nada cuando ella vendó su brazo. Los cuatro se quedaron unos momentos más, recobrando el aliento. Después de que Carson los aseguró que estaba bien, bajaron el resto de la montaña y se acomodaron en la carpa para pasar la noche.


“Esta fue una buena idea,” complementó Georgia, mientras que flotaban en el río. Se estaba refiriendo al bote neumático hinchable en que estaban, lo que Carson había traído en su mochila.
“Sí, porque no querría caminar todas estas millas,” añadió Charlotte.
Esa mañana se habían levantado y continuaron al pueblo Sojala-jijl, lo que estaba localizado entre la Montaña Olorosa y el Río Karain. Desayunaron y visitaron a un boticario para comprar un anti-veneno para Carson, y después continuaron al río.
“Debemos llegar al Lago M-pulo al final de la tarde,” calculó Hudson, doblando el mapa. Volvió a Carson y le preguntó, “¿Estás seguro de que estás bien?”
“Seguro, seguro. No te preocupes de mí,” le aseguró Carson. Aunque la mordedura todavía le dolía, sabía que no sería infectada y no quería quejarse. Él era de South Carolina, y era un chico típico del sur. Como Charlotte, tenía una familia rica desde hacía muchas generaciones que le daba todo lo que quería. Sin embargo, él no quería que nadie lo supiera. Quería lograr todo en su vida por sí mismo, sin la ayuda constante de su familia. Había decidido ir en esta aventura para “experimentar” de verdad la vida, sin la ayuda y el consejo de su familia. Simplemente iba a entrar en la escuela médica porque todos los de su familia eran súper-exitosos y tenían expectaciones muy altas de él; él también tenía expectaciones muy altas de sí mismo.
Los cuatro flotaron tranquilamente en el río la mayoría de la tarde. Cuando llegaron al lago, todos tenían mucha hambre. Encontraron unos palos y ataron el sedal que trajo Hudson en ellos. Sujetaron unos anzuelos, y con los gusanos que podían cavar de la tierra, pescaron. Por la cantidad de peces que había en el lago, no tendrían dificultad en coger una cena copiosa. Después de comer, se relajaron en la playa y exploraron el pantano cerca del lago, el Pantano Karain. Al anochecer, se armó la carpa de nuevo y se durmieron arrullado por las olas en la orilla.


“Pienso que estoy lista para la escuela médica,” confesó Georgia.
“Yo también. Pero me alegré de que decidimos tomar este viaje,” se puso de acuerdo Charlotte. “Aunque estoy muy cansada, y dolorida,” frotó sus piernas, “me alegré.”
Los cuatro habían caminado durante todo el día. Se levantaron muy temprano por la mañana y viajaron por todo el Pantano Karain. Continuaron a Sulliaba, la ciudad portuaria en la costa del Gulfo Sulliaba, y ahora estaban sentados en la dársena. Iban a tomar un ferry de Sulliaba a las Islas Caimán, y de allí volarían a Miami, y después regresarían a Chicago. Habían viajado de la costa oriental del país a la occidental en tres largas días.
“Yo también. Con la mordedura y todo,” bromeó Carson, levantando su brazo vendado.
“Si podemos sobrevivir solos en el Karain, con nada más que las mochilas y nosotros mismos, podemos sobrevivir los cuatro años de la escuela médica,” afirmó Hudson. Los otros asintieron con la cabeza. Se quedaron así unos momentos largos, perdidos en sus propios pensamientos y mirando las olas del Caribe. De repente, Hudson sonrió a los otros traviesamente.
“¿Qué?” le preguntó Georgia.
“Yo le voy a explicar a nuestro profesor cómo yo te rescaté, Carson. Posiblemente pueda recibir crédito extra en el primer día de clases.”
Los otros sacudieron la cabeza y se destornillaron. Continuaron riéndose por las horas restantes hasta que el ferry llegó. Sería un viaje que nunca se les olvidaría.

Saturday, April 24, 2010

Pan o leche o sellos

Cuando era niña, me aburría mucho, especialmente durante las vacaciones de verano. Frecuentemente, mis amigos Ashley, Billy, y yo les preguntábamos a nuestras madres si necesitaban algo de D&W, la tienda de comestibles cerca de nuestras casas. Normalmente nos pedían pan o leche o sellos u otra cosa inconsecuente. Y así nos divertiríamos por una hora.

Nos reuníamos en frente de mi casa. Traíamos las bicicletas, y embarcábamos por nuestra calle, Kusterer Dr. Montábamos la cuarta milla de nuestra calle, y al fin había un hidrante de incendios a la izquierda. Subíamos este hidrante por las mañanas cuando esperábamos el autobús escolar. Por el otro lado de la calle, había unos árboles, un poste de luz, y una señal de pare. Estos monumentos servían para crear los límites de los juegos de “corre que te pillo” que también jugábamos mientras esperábamos el autobús.

Para continuar a D&W había que cruzar Leonard St. Directamente derecho había un hogar para personas con discapacidades. Los coches tenían que doblar a la izquierda y tomar Leonard St., y después doblar a la derecha para tomar Walker Village Dr. para llegar a D&W. Sin embargo, en nuestras bicicletas podíamos detenernos delante del hogar de discapacidades. Había una acera que corría detrás del edificio, una acera privada que siempre iniciaba un sentimiento de estremecimiento y travesura cuando la tomábamos. Pedaleábamos rápidamente en la acera, deliberadamente evitando una mirada en las ventanas de los hogares. Al fin de la acera había una puerta de madera, y cuando salíamos de la puerta entrábamos en el aparcamiento inmenso y vacío de D&W. Siempre era necesario montar en círculos en el aparcamiento antes de entrar en D&W; competíamos en carreras, montábamos sin manos en el manillar, y practicábamos cualquier otro truco en el inmenso espacio vacante.

Cuando finalmente decidimos continuar a D&W, parqueábamos las bicicletas en el estacionamiento de bicicletas al lado del edificio. El acto de comprar la cosa querida era lo menos interesante del viaje.

Cuando salíamos, ocasionalmente nos entreteníamos en visitar los cisnes y patos en el estanque que estaba por el otro lado de Walker Village Dr. Teníamos que levantar en el puerto, no demasiado cerca de la orilla, porque los cisnes son aves feroces y dada la oportunidad, nos morderían.

En vez de ir al estanque, a veces íbamos a la gasolinera cercana para comprar helados. Sin embargo, era muy difícil comer helado y montar la bicicleta simultáneamente, y no los hacíamos mucho.

Después de visitar los cisnes o comprar helado, teníamos que darnos prisa, porque nuestras madres estarían esperándonos. Nunca les diríamos que nos habíamos apartado del estanque, porque solamente teníamos permiso para ir a D&W. Normalmente el paseo se transformaba en una carrera; yo siempre ganaba, porque era muy competitiva y mis amigos eran más flacos que yo.

Y después de regresar y dar lo comprado a la madre correspondiente, ya teníamos que buscar otro entretenimiento para el resto del día.

Friday, April 23, 2010

De los ojos de dos viajeras del siglo XIX

El siglo XIX fue uno de viaje y exploración, especialmente por las Américas. Aunque normalmente se piensa en los hombres exploradores, las mujeres también viajaban y tenían un papel tan importante. La mejor manera de descubrir y aprender sobre estas exploraciones es leer los textos escritos por estos viajeros, porque el/la autor(a) viajero/a utiliza la memoria de su viaje para convertirse en el/la “protagonista de su propia historia”, una historia leída por el lector “ávido de aventuras y noticias… como una forma de escapar de la monotonía de su realidad cotidiana o simplemente para conocer algo del mundo que se les presenta distante e inaprehensible” (Szurmuk 9). Dos mujeres, Eduarda Mansilla y María Nugent, viajaron por Washington DC y Jamaica, respectivamente, durante el siglo XIX y documentaron sus experiencias. Aunque sus viajes están separados por muchas millas en distancia y casi sesenta años en tiempo, todavía se pueden ver temas comunes entre los dos textos, porque como propone Szurmuk, “hay en todos los viajeros un común denominador: la mirada curiosa y desconcertada que intenta comprender desde los paradigmas de su propia cultura y traducir a su lenguaje todo aquello que ve” (9). Entre estos son la religión, las costumbres culturales extranjeras, y la situación femenina, se presentan cada uno de estos temas claramente, y se exponen las diferencias y semejanzas entre los dos textos viajeros.

El tema de la religión aparece en los dos textos, pero de modos distintos. María Nugent es una mujer muy devota y ella trata de diseminar la religión, específicamente entre los esclavos de Jamaica. De hecho, ella casi considera la diseminación como su trabajo; un día comenta que cuando su esposo sale por la mañana para trabajar, ella decide no salir “porque los sirvientes estuvieron bailando toda la noche y estoy segura de que esta mañana querrán poco más descanso que lo usual” (64). Es su meta enseñarles el cristianismo y convertirlos. Diariamente les da “charlas” de la historia cristiana y eventualmente pide al reverendo bautizarlos (25). Escribe en el Viernes Santo que durante su charla explica a los negros el significado del día (50). Lo interesante es que aunque Nugent es muy piadosa y dedica gran parte de su tiempo a la evangelización, se ciñe con los negros. Ella comenta la falta de religión entre los blancos, pero no se atreve diseminarla entre ellos. En una ocasión dice que después de cenar con un grupo, la conversación cambia al tema de religión. En su opinión, los hombres tienen ideas desagradables sobre lo religioso. “Ninguno profesaba tener el menor sentimiento religioso, y algunos decían que todo era una farsa. Cobré coraje y expresé mi desaprobación. Esto provocó algunas torpes disculpas, y así terminó la conversación” (40). Aunque normalmente ella protestaría más de este sentimiento negativo y apático con una audiencia de esclavos, parece que ella no tiene o coraje o preocupación de profesar sus opiniones con una audiencia blanca. Lo primero es más probable, porque más adelante a propósito de esto Nugent expresa sentimientos fuertes de lamento: “es en realidad triste ver el descuido de la religión y la moral en toda la isla. Todos parecen sólo dedicados a hacer dinero, y a nadie parece importante la forma en que se hace. Es extraordinario ver los efectos inmediatos del clima y del modo de vida de este país sobre las mentes y costumbres de los europeos, especialmente de los de nivel inferior. En las capas superiores se hacen indolentes y apáticos, atentos sólo a comer, a beber y a dar rienda suelta a sus caprichos, y están casi por completo bajo el dominio de sus mulatas favoritas. En las capas bajas son iguales, aunque a todo esto se suman la presumación y la tiranía” (54).

Eduarda Mansilla, en contraste, es una observadora de la religión más que una participante. De hecho, solamente lo comenta en dos instantes. Declara que “la influencia del clero católico es poderosa [en los Estados Unidos]; existiendo entre católicos y protestantes cierta rivalidad muy marcada, que se manifiesta en la prensa” (104). Otra vez destaca la diferencia entre el catolicismo y el protestantismo, las dos sectores religiosas principales durante la época, cuando compara la razón por los americanos bailar pocos valses o polkas: “con frecuencia les oye Ud. decir a las católicas: El arzobispo me lo ha prohibido; y a las protestantes: Mamá no lo permite” (108).

Un tema muy evidente del texto de Mansilla es las costumbres de la cultura en que ella se encuentra. Algunos aspectos le dan asco, mientras que otros ella admira mucho; así, hay una contradicción interna en su ideología. Por ejemplo, el comportamiento que la gente demuestra en público le causa horror. Mansilla cita a Mrs. Trollope, quien después de viajar por los EEUU escribió que “Los yankees son groseros y se sientan con los pies más altos que la cabeza” (99). Sigue que “en los teatros, así que alguien se permitía estar ligeramente inclinado, no faltaba un chusco que gritaba: ¡Trollope! ¡Trollope! Y al punto, el aludido tenía buen cuidado de poner su cuerpo lo más vertical posible. Verdad es que en los reading rooms (gabinetes de lectura), en los bar rooms, los yankees gustan mucho de esa actitud, que consiste en extender las piernas y levantarlas casi a la altura de la cabeza” (99). Luego, parece que Mansilla está acostumbrándose a los costumbres de la cultura. Recuerda que “en mis viajes, me han repetido sin cesar esta expresión: Fume Ud., señora; ya sabemos que es costumbre en su país. Al principio, este dicho me irritaba, lo confieso; pero luego llegó a causarme risa. ¡Oh poder de la costumbre!” (100). A algunas costumbres, como la vestimenta de la gente en ocasiones especiales, Mansilla los admira. Observa que “las ladies estaban todas, sin excepción, vestidas de baile, salvo que los corpiños eran subidos; pero no les faltaban ni encajes, ni joyas, ni mucho menos flores artificiales en la cabeza. Eso sí, los gentlemen vestían sacos o jaquets de mañana, sin pretensión alguna y sin asomo de elegancia” (106). Confiesa que se siente vergüenza al compararse a las mujeres elegantes, cuando ella misma se viste “tan modestamente ataviada con mi vestido de tela cruda que …quedaba completamente eclipsado por el de mi rubia vecina” (106). Sin embargo, se enoja de nuevo cuando sus niños le dicen que por todo el día, aparte de ella, no han comido. La sirvienta le explica que “‘había como cien niños y sólo nos servía un negro cojo’”, y su niño responde que también había moscas (107). Mansilla lo declara “atroz”, y poco después sale con su familia en el primer tren para Nueva York.

Mientras que Mansilla comenta del ámbito amplio de los costumbres de la cultura, Nugent enfoca más específicamente en sus relaciones con los negros. En general, Nugent lamenta el tratamiento negativo de los esclavos por la gente blanca. Explica al principio del segundo capítulo que hay una ley que permite que tres magistrados puedan condenar a muerte a un esclavo, y describe un ejemplo reciente en que “dos esclavos, uno, un viejo delincuente, y el otro, un muchacho de dieciséis años, le robaron a un hombre el reloj, etcétera… esta ley de los tres magistrados me parece abominable, pero soy muy poco versada en estos asuntos para hacer algo más que sentir con los que sufren” (30). También revela que ha tratado de persuadir a los “domésticos blancos” que los negros son personas con almas, pero ha sido muy difícil y los miran a los negros simplemente como “criaturas creadas para que ellos las administren a su antojo y sometan a sus caprichos” (54). Durante un baile, Nugent abre con un negro viejo, y que “no me di cuenta de hasta qué punto escandalizaba con esto a las señoritas Murphy…me dijeron después que…apenas pudieron controlar las lágrimas ante un espectáculo tan extraordinario y poco usual, porque en este país, y entre los esclavos, es necesario mantener un respeto mucho más distante…ya que darle demasiada categoría a los negros o ponerlos al mismo nivel que los blancos puede ser causa de serios cambios en su conducta e incluso provocar una rebelión en la isla” (59). En esta situación se puede ver que aunque en realidad Nugent cree que los negros merecen ser tratados iguales, a veces ella casi acepta a los razonamientos y escusas que la gente blanca le da para el tratamiento inferior de los esclavos. También tiene dificultades ser realista respeto al tratamiento de los esclavos. Dice que “según lo que he podido ver y oír por el momento sobre los maltratos de esclavos, considero que exageran grandemente. No dudo que hay individuos que abusen ocasionalmente del poder que poseen pero, en términos generales, creo que a los esclavos se les trata extremadamente bien” (47). Implica que los negros son incivilizados, y que si fueron educados en la religión, la decencia, y las normas fundamentales de civilización, no sería necesaria la trata. Continúa a confesar que ella responsabiliza a los amos de ser ejemplos mejores para sus esclavos, y “sólo cuando se produzca una gran reforma de su parte, podrá pedírsele a los negros religión, decencia y moral” (47). Así es evidente que ella tiene opiniones mezcladas de las habilidades independientes de los esclavos, y para ella es difícil ser realista de la situación e interacciones entre los blancos y los negros.

Otro tema que está presente en los dos textos es no el feminismo en sí, sino la condición femenina y “las actitudes cambiantes de la sociedad…con respeto al rol de la mujer” (Szurmuk 12). Mansilla hace una observación muy interesante en que aunque “la mujer americana practica la libertad individual como ninguna otra en el mundo, parece poseer gran dosis de self reliance” (99), y que “la mujer, en la Unión Americana, es soberana absoluta; el hombre vive, trabaja y se eleva por ella y para ella” (100), las mujeres americanas todavía no buscan la emancipación política. Ella sugiere que hay que estudiar la influencia femenina no en la emancipación sino en esta soberanía. Ella tiene respeto por las mujeres por reconocer que no ganarían nada con la emancipación: “¿Qué ganarían las americanas con emanciparse? Más bien perderían, y bien lo saben” (100). También ella admira que las mujeres americanas influyen al mundo público “por medios que llamaré psicológicos e indirectos” (101). Ellas tienen un papel significativo en el periodismo; “son las encargadas de los artículos de los domingos, de esa literatura sencilla y sana que debe servir de alimento intelectual a los habitantes de la Unión en el día consagrado a la meditación…Reporters femeninos son los que describen con amore el color de los trajes de las damas, su corte, sus bellezas, sus misterios, sus defectos; y a fe que lo hacen concienzuda y científicamente” (101). Es incuestionable que a ella le fascina la influencia y aptitud que poseen las americanas en el periodismo y en la esfera pública en general.

En contraste, Nugent no se declara una feminista, pero es una mujer que tiene mucha fuerza de voluntad y a ella no le importa mucho lo que piensan las otras mujeres. Ella enfoca más en simplemente disfrutarse y adquirir la experiencia. Un día viaja a Port Henderson con un grupo enorme, y cuando llega a un manantial “no pude resistirme a abandonar el coche para explorarlo, aunque la arena me quemaba los pies y el sol me escaldaba las mejillas y la nariz” (63). Indica que este acto no se considera apropiado para una mujer, y que la señora Horsford “fue sin dudas más prudente y no abandonó el coche” (63). Otra vez ella narra una situación en que está charlando con un grupo de mujeres blancas y las deja para ofrecer audiencia a otro grupo de mujeres negras. Después, confiesa que “no sé si a las damas blancas, a quienes dejé en la sala…aprobaron realmente mi conducta” (64). Aunque admite que su comportamiento no se considera ni normal ni correcto, todavía se comporta así y no lo permite afectarse.

Eduarda Mansilla y Maria Nugent eran dos mujeres distintas con algunas opiniones fuertes y otras no tantas. Sin embargo, documentan sus viajes a las Américas vívidamente y totalmente. Abarcan varios temas, y comparten los temas comunes de la religión, las costumbres culturales, y la situación femenina durante la época. Nos ofrecen una visión valiosa de sus viajes y sus mundos; los territorios en que viajaron ya han cambiado completamente, y es solamente por sus textos que podemos descubrir también los lugares que existían durante el siglo XIX.


Bibliografía
Mansilla, Eduarda. “Eduarda Mansilla: El viaje diplomático de una sobrina de Rosas.” Mujeres en Viaje. Buenos Aires, Argentina: Alfaguara, 2000. 83-109.

Nugent, María. “Capítulos 1, 2, 3, y 4.” Viajeras al Caribe. Ciudad de la Habana, Cuba: Casa de la Américas, 1983. 13-77.

Szurmuk, Monica. “Prólogo.” Mujeres en Viaje. Buenos Aires, Argentina: Alfaguara, 2000. 9-12.

Thursday, April 22, 2010

MSU College of Human Medicine

El verano que viene voy a entrar en la escuela médica de Michigan State University. Tengo que mudarme a East Lansing en junio. Voy a vivir con una compañera que también va a asistir a la escuela médica. Es de Brasil originalmente, y ha vivido en Boston hace 12 años. Estoy muy emocional vivir en East Lansing de nuevo, y casi no puedo esparar a terminar esta época de mi vida para empezar otra. Aunque tengo que vivir en East Lansing por mi primer año, ojalá que pueda regresar a Grand Rapids el año que viene para asistir a escuela nueva aquí que todavía está construyéndose. Ya trabajo en Helen DeVos Children’s Hospital, de Spectrum Health, y tengo conocimientos y conexiones con este hospital. La escuela nueva está delante del hospital, y casi está completa. Aunque todavía tengo muchísimos años de los estudios, ¡no puedo esperar!


La escuela nueva en GR:




Wednesday, April 21, 2010

Joajana

Joajana es una ciudad (o, de hecho, un pueblo) en un país latinoamericano. Hay montañas por todos lados, y el Río Joajana las atraviesa. Las montañas son bellísimas en cualquier estación: muy verdes durante el verano, de colores variados en el otoño, cubiertas con nieve en los picos durante el invierno, llenas de flores durante la primavera. Aunque está rodeado por tierra, dentro del escoso océano está localizado adelante de las montañas. Nunca hace demasiado frío (como en Michigan) y en el verano hace extrema calor.

Vivo pocas millas fuera de la ciudad, encima de una colina grande. Es la casa que siempre he querido, antigua, hecha de piedra, parecida a un castillo pequeño. Mi novio (o sea, mi esposo, porque todo está basado en el futuro) puede ir al río cada día para pescar (su pasatiempo favorito), y puede cruzarlo para cazar en el bosque adelante. Tengo mi jardín enorme cerca del río también, con una silla en que puedo leer o mirar al río. Está lleno de flores innumerables – amarillas, rosas, rojas, moradas, violetas, púrpuras, azules, grandes, pequeñas, todas aromáticas y en plena floración – árboles, arbustos, aves, roedores, como una escena del libro El Jardín Secreto por Francis Hodgson Burnett.

Mi oficina médica está al borde del pueblo, y todos los ciudadanos vienen a mi consulta; soy la única doctora en el pueblo. Todos nos conocemos, y mi esposo también ha aprendido el español. No hay ni crimen ni muchos problemas en nuestro pueblo, porque todos se conocen y nunca se querría ofender a su propia familia o vecino. Es mi paraíso verdadero.


A continuación se presentan unas fotos que representan, para mí, la Joajana. Se puede hacer un clic en una para verla más grande:























Tuesday, April 20, 2010

La Misión Joven Dominicana

Durante el descanso de primavera fui a la República Dominicana en un viaje de misión y voluntario, con la Misión Joven Dominicana. Es una misión organizada por el Padre Joaquím Lally, un sacerdote en la Catedral de San Andrew en Grand Rapids, MI. Fui por ocho días con otros alumnos de GVSU y varios otros miembros de la Catedral.

Aquí se encuentra un video de YouTube sobre la misión:



También he creado una presentación con unas fotos que saqué allí: